mayo 27, 2006

El costo-beneficio de votar en la segunda vuelta.

En la primera vuelta de un proceso electoral como los nuestros tiene sentido votar. Con tu apoyo sumas votos al equipo en competencia que deseas que gane. Así te sientas parte de un equipo chico, uno como votante puede tener una mínima motivación. Dado que no tienes absoluta certeza del resultado final, que gane tu candidato es posible, por ello estás en mejor situación colaborando con un voto que haciendo absolutamente nada. Subjetivamente, hay un beneficio que por lo menos es equivalente al sacrificio de verse obligado a participar en la elección del futuro de una comunidad conformada por millones de intereses particulares que nunca podrán coordinar. Sin embargo, en una segunda vuelta como la nuestra hoy no tiene sentido votar, al menos para mí. Tener que salir de tu casa un día domingo. Movilizarte entre pistas congestionadas y caminar entre decenas de personas, muchas que ni siquiera conocen qué es un desodorante o una señal de tránsito. Hacer una larga cola para tomarte la molestia de sufragar en una elección donde, desde tu perspectiva, da lo mismo pues no hay solución alguna que elegir. Ensuciarte el dedo con una tinta asquerosa que se quita luego de una prolongada lavada con aguarrás. Regresar a tu casa, soportando las mismas molestias sufridas en la ida y lo que es peor aún, teniendo la conciencia que todo tu accionar de ese día domingo se originó por la egregia decisión de millones de alanistas y humalistas. En esta segunda vuelta, subjetivamente, no obtengo beneficio alguno, excesivamente mayores son los sacrificios que tengo que hacer y por causa ajena.

Debería decidir por comprar mi voto. Esto es, en lugar de tener que votar, lo sustituyo por su equivalente, el pago del valor de la multa por no votar. Sin embargo, pagaría esa suma sólo si estuviera seguro que ese dinero no va ser usado para mantener el lastre de la Administración Pública. Pagaría esa suma, pero no la pagaré. Es un sacrificio sin beneficio por donde se vea. Decido entonces lo más lógico, disminuir mis pérdidas. Para ello, acudo a votar asesinando la paz de mi domingo, me libro de premiar con dinero la caja chica de la Onpe y como colofón voto viciado, todo casi en simultáneo. Sólo con ese procedimiento logro disminuir mis pérdidas al máximo y al mismo tiempo, nadie gana algo a expensas mías.

¿Será que a esto que digo también le llamarán patear el tablero? Para nada. Si lo dicen, serán los que siempre sobresimplifican las cosas. Lo que se viene a partir del 28 de julio del 2006 no será con o por la participación mía. No hay nada con autoridad suficiente para decirme que tengo que colaborar con aquel que promueve y apoya las armas o con aquel que sobre un podio engatuza a los que personifican a la ignorancia. Lo que vaya a ocurrir no tiene nada que ver con el pacífico y libre ejercicio de mi razón, el cual expreso ahora, que además se encuentra dentro de las reglas de juego de nuestra democracia. Ni Alan ni Humala. Que sean las mayorías las que den el último paso a su suerte. Yo voto viciado y me voy preparando.


2 comentarios:

Alejandro dijo...

Peor situación atravesamos quienes somos miembros de mesa.

Si no vamos a instalar la mesa, doble multa y encima tendremos que soportar a los personeros de estos impresentables.

El Acertijo Cretino dijo...

Sólo un complemento para redondear la idea. Se sostiene que Alan García es el mal menor y por tanto el voto debería ser para él. Lamentablemente la premisa no es correcta y por tanto no puedo comportarme según la consecuencia. Con Humala el costo-beneficio da un resultado negativo. Con García no existen indicios suficientes para pensar que bajo el mismo análisis costo-beneficio se obtendrá aunque sea un saldo mínimamente positivo. Nada prueba a Alan como el mal menor. Por tanto, ante dos escenarios similares (Alan y Humala) no hay lógica alguna que me pueda hacer partícipe del triunfo de alguno de ellos. Podrán sostener que Alan representa la democracia, pero nunca ha representado siquiera una mediana economía. En cinco años se iría, dicen. En sólo un mes puede llevar a la quiebra a este país. Los democráticos lo podrán vigilar, dicen. El tema para mí no es la vigilancia, sino la efectividad que tendrán para componer un eventual desastre. Con las marchitas y los plantones saldrán los malos gobernantes pero esas mismas marchitas y esos mismos plantones no te arreglan ni siquiera la balanza comercial.