marzo 20, 2006

Los votos como intifada, por Jorge Bruce

:: Dicho por Jorge Bruce en Peru21 ::
Hay una serie de elementos irracionales que parecen estar siendo determinantes en este proceso electoral. Se advierte una creciente polarización entre una serie de afectos bajo el signo del temor, de un lado, y otra en la que predomina la rabia. Esto corresponde, grosso modo, a las fisuras que escinden la sociedad peruana entre los sectores que acceden a una gama de niveles de integración, por una parte, y aquellos que se hallan excluidos, por otra. Como es evidente, esa división corresponde, en cierta medida, a niveles de desarrollo económico y educativo.

Tenemos, entonces, que una mayoría de votantes de Ollanta Humala procede de ese contingente de peruanos para quienes la modernidad es sinónimo de abandono y desesperanza. Es un vehículo que pasa sin detenerse, arrojándoles algunas cáscaras de fruta pelada por la ventana, del cual pronto no verán más que el polvo. Naturalmente, lo que sienten es ganas de tirarle piedras. Y eso es seguramente lo que harán este 9 de abril: utilizar sus votos como una suerte de intifada ("la revuelta de las piedras") contra un sistema político al que culpan, no sin razón, de su triste suerte. La prédica contestataria y primaria de la familia Humala, que en realidad es un conjunto por más que se permitan exhibir algunas diferencias, ha logrado sintonizar con ese rencor profundo, tal como lo confirman la mayoría de encuestas. Estos votantes son sin duda los que funcionan con una mayor adhesión emocional, en que los factores identificatorios son los más cohesivos. La propuesta nacionalista articula un conjunto de variables, entre las que se cuentan una vapuleada autoestima, un sentimiento de exclusión étnica y racial, así como un deseo de revancha. Esta actitud emocional es más intensa, expresiva, subjetiva y hasta fisiológica que la de votantes como los de Paniagua, García o Flores.

Por otra parte, tenemos a un Perú más moderno, mayoritariamente urbano, que se repliega con temor ante lo que siente como una arremetida de esa parte excluida y negada, incluso violentamente -tal como lo demostró el Informe de la CVR, que fue muchísimo más que un catálogo de abusos: fue una exploración descarnada en las entrañas de nuestro desequilibrado pacto social-. Este punto es interesante, porque nos hace ver que así como entre los más modernos del espectro electoral coexisten tanto el miedo como la rabia, lo propio sucede con los grupos menos desarrollados, para quienes el resentimiento viene acompañado por una dosis considerable de temor. Esto mismo es lo que nos sucede a todos y cada uno de nosotros. Sentimos miedo al futuro y cólera por encontrarnos en una situación tan entrampada. Buscamos, afanosamente, culpables: las élites, la clase política, los extremistas, los sectores menos educados. En este último chivo expiatorio se agolpan versiones racistas, en que los causantes del fracaso son indios, cholos, todos los que no son blancos, criollos, modernos. Pero el dato contundente e incontrovertible es que hemos sido incapaces de construir juntos un proyecto de sociedad viable e incluyente. La mayor responsabilidad incumbe, qué duda cabe, a quienes tuvieron los mayores privilegios y el control del poder.

Todo lo cual no significa que los elementos racionales hayan desaparecido del escenario. Probablemente el resultado final será el producto de una transacción, tal como suele suceder tanto en la vida de los individuos como en la de las sociedades. Desesperanza y rencor, expectativas y cálculo. Miedo. El poco espacio que se ha dado a las propuestas y a los programas puede tener que ver con esa presencia acentuada de factores emocionales. Lamentablemente, los candidatos no han encontrado hasta ahora la manera de articular ambos ingredientes. Si bien los aspectos emocionales son insoslayables, es preocupante que hayan desplazado a ese punto a una lógica creativa y emprendedora. Pronto sabremos a qué atenernos.

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